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EL MUNDO MÁGICO DE PINTU

  • Jessica Santillán
  • 15 abr 2018
  • 3 Min. de lectura

De estatura mediana, tez trigueña, cabello largo y trenzado; de su rostro destacan sus ojos de color marrón, que proyectan humildad y sencillez. Así es Segundo Fuérez, más conocido como Pintu, pues mientras cursaba sus estudios en el Instituto Superior Tecnológico De Cine Y Actuación (INCINE), sus compañeros lo llamaban así, aunque en un principio le decían Rumi, “pero no soy duro como una piedra, soy más bien flexible y suave como una tela que en kichwa es Pintu”, recuerda Segundo.



Mientras disfruta de una guatita, plato típico de Ecuador preparado con librillo y papas, en “los agachaditos del Puente del Guambra”, ubicados en la Avenida 10 de Agosto, en Quito, retrocede a través del tiempo y cuenta qué lo llevó a estudiar Dirección de Fotografía y Diseño de Sonido para Cine y Televisión.


“Mis padres eran de pocos recursos, no teníamos una televisión en casa; pero recuerdo que una vez en la escuela nos mostraron un programa de TV, eran dibujos animados. Para mí fue mágico y pensaba cómo pueden estar ellos dentro de esa caja”, dice mientras su mente se traslada a su época escolar.


Posteriormente, Pintu conoce el internet y navega buscando información sobre la televisión y el cine, aunque esto le cueste mentirle a su mamá. “Tenía que decirle que debía salir a hacer esto o aquello y en realidad me iba a buscar información en la internet”, comenta.


Este joven, oriundo de la comunidad Yambiro de Otavalo, siempre se destacó como buen dibujante durante su niñez y adolescencia, y luego ganó una beca para estudiar en el INCINE, a pesar de que ya cursaba sus estudios en Administración de Empresas en la Universidad de Otavalo. “Era el mejor estudiante en mi facultad, pero cuando llegué al INCINE era el peor, no era cinéfilo, ni conocía de cineastas ni actores”, rememora.


Entre los diversos trabajos audiovisuales que ha realizado, se destaca una serie denominada Yuyay- Ideas, donde plasma los “ñawpa rimaykuna” o memoria oral. Se trata de cortometrajes sobre las historias contadas por sus padres, llenas de mitos, magia y ancestralidad. “Recuerdo lo que mis papás me contaban, lo tengo en mi memoria y voy adaptando esos recuerdos hasta construir una historia”, explica.


Cuando es interrogado acerca de sus padres, sonríe e indica: “es algo chistoso lo que me ha pasado”.


Cuando él tenía cinco años su padre, comerciante, artesano y agricultor, fue al pueblo para comprar algunos materiales para su trabajo y nunca volvió. “Lo buscamos con Yachakkuna (sabios), ellos hacían rituales y llamaban al espíritu de mi padre. Él nos decía que estaba en tal lugar, pero cuando íbamos a encontrarlo ya se había ido. Preguntábamos a la gente si lo había visto y nos decían: sí aquí estaba pero ya se fue. Los sabios nos explicaron que alguien le había hecho una brujería. Y creo que fue así, pues una pareja de esposos nos maldecía”, cuenta.


Esta pérdida causó la enfermedad de su madre quien falleció años después. “Los doctores nunca supieron decir qué tenía. Murió con mucho dolor mientras su piel se secaba como una esponja. También fue brujería”, dice con labios temblorosos y sonríe levemente.


Los causantes de este daño, comenta, son dos personas de baja estatura y a pesar de su avanzada edad, son más jóvenes que otros ancianos de su comunidad. “Es chistoso, todas las mañanas, los puedes ver completamente desnudos en el patio de su casa haciendo oraciones y ruegos, maldiciendo a la gente”, señala Pintu y agrega “una vez entré a su casa, un lugar lúgubre y tenebroso, lleno de huesos de humanos. En la comunidad todos piensan que ellos están con espíritus negativos, con los demonios”.


A pesar de ello, él no les teme ni les guarda rencor. “Cuando era pequeño les tenía miedo, ahora no; incluso una vez le pedía al taxista que me llevaba a mi casa que se detuviera y los recogiera para llevarlos y acercarlos a su destino”, indicó.


Las anécdotas y vivencias de Pintu lo han llevado a pensar que el mito y la realidad no son distantes “lo que ha pasado es que hemos dejado de creer”, asegura y recuerda que su madre solía decirle que las personas de baja estatura que habitan en este mundo salieron de una puerta que se encuentra en la cima del Tayta Imbabura.

 
 
 

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